martes, 14 de mayo de 2019

CUMPLE SORPRESA (cuento juvenil)



         Extraído del libro "LAS MEJORES, nuestro grupo de WhatsApp". 

          Libro compuesto por ocho cuentos juveniles, que relatan historias de un grupo de cuatro amigas pre adolescentes, que nos llevan a reflexionar al mismo tiempo que naturalizar, muchas situaciones que se presentan a esa edad y tantas veces quedan escondidas en la intimidad de un chat de grupo de WhatsApp.
            
          Episodios inmersos de realidad, a veces tristes y a veces divertidos, pero con una mirada diferente, la mirada de ellas, inundada de inocencia, lealtad y amor.


            Faltaban pocos días para que Cata cumpla años. Ella estaba sin ganas de festejar su cumple, o en realidad quería festejarlo, solo que en un salón, pero la mamá no podía gastar tanto y el papá como siempre no se ocupaba.

            Estaba un poco caída, pero ella ni ahí que te lo va a demostrar, cuando le pasan cosas tristes no nos dice nada y se lo guarda. Pero como ya la conocemos bien, aunque no nos lo diga, nosotras nos damos cuenta enseguida.

            Así que decidimos hacerle un cumple sorpresa. Lo más difícil de los cumples sorpresa no es ni buscar ideas ni organizarlos, para eso estamos re cancheras, lo complicado es que la cumpleañera no se dé cuenta.

            La primera que nos mandamos fue que Juana armó un grupo en WhatsApp para organizar todo y la muy boluda la incluyó a Cata en el grupo. No podíamos creerlo, ¡no podía ser lo que había hecho!

                —Esa inteligencia no te la robo Juani — le dijo Marti, y ella no paraba de reírse. Ante este panorama, empezamos a pensar que podíamos hacer para salir de semejante quilombo y empezar con los preparativos.

            Marti armó un nuevo grupo que se llamó “cumple Cata sin Cata”, para discutir que hacíamos con el grupo “cumple Cata”. La idea era resolver el tema lo antes posible. Cata ya lo había visto pero no dijo nada.

            Ninguna de nosotras, por suerte, había llegado a hablar por “Cumple Cata”, nos dimos cuenta al toque de la cagada. Yo propuse hacer como si nada, como que armamos un grupo para hacerle el cumple y después nos colgamos.

            Marti pensó en decirle que hicimos el grupo para convencerla de festejar y organizar entre las cuatro su cumple, pero no era muy creíble, porque ya teníamos un grupo las cuatro, no necesitábamos hacer otro.

            Juani, la que se mandó la cagada, dijo que le digamos que habíamos armado el grupo “Cumple Cata” para organizarle algo, pero como la agregó sin querer y se enteró de la sorpresa, ya no íbamos a hacerle nada, (pero lo hacíamos igual).

            Después de mucho pensar nos dimos cuenta de que ni ahí iba a creernos nada de lo que podíamos inventar para zafar, como que ya no podíamos arreglarla, entonces no dijimos más nada y nos hicimos las boludas.

            Seguimos hablando en “Cumple Cata sin Cata” para empezar a organizar todo. Estábamos super entusiasmadas. Hicimos varias listas. Lista de comidas, lista de regalos, lista de actividades y lista de decoración.

            En cada lista dividimos la hoja en dos y anotamos que íbamos a hacer y que materiales necesitábamos, y después, de que nos íbamos a ocupar cada una y cuando y en qué casa lo íbamos a armar, ¡ah!, y si necesitábamos ayuda.

            Mientras tanto Cata no decía ni una palabra de su cumple, nosotras hablábamos a escondidas y teníamos mucho cuidado de no equivocarnos de grupo de WhatsApp y cuando ella venía como que tratábamos de disimular.

            La mamá de Cata nos contó que le había revisado el celu, así que decidimos no escribirle más, porque también nos lo podía revisar a nosotras. Empezamos a llamarla para arreglar todo y eliminábamos las llamadas enseguida.

            Buscamos fotos en las que estuviéramos las cuatro y tres cada una en las que estuviésemos solas con ella. Desde el jardín hasta ahora. Juani se ocupó de imprimirlas y cada una buscó en su casa luces de navidad y broches para colgarlas.

            Marti armó una caja para ponerle nuestras cartas y para que después guarde las fotos. Quedó buenísima, imprimió fotos nuestras en negro, en la compu, las pegó en una caja de zapatos y le pasó un barniz que tenía su mamá.

            Nos juntamos en mi casa para hacer y decorar la torta, nos ayudó mi mamá para que saliera bien. La cubrimos con merengue italiano y arriba le pusimos una foto de las cuatro y la llenamos de pedacitos de chocolates.

            Compramos muchas golosinas e inflamos un montón de globos. El día anterior que Cata tenía acrobacia en tela, fuimos a su casa y decoramos todo el quincho. Lo más difícil le tocaba a su mamá, que no podía dejarla entrar.

            La mamá de Cata amasó pizzas y compró snacks, cuando Cata le preguntó le dijo que era porque seguro la familia y nosotras íbamos a saludarla. Parece que se lo creyó, pero a la noche le escribimos nosotras:

            — Cata — le escribió Marti en el grupo.

            — Hola chicas — contestó Cata enseguida.

            — No sabés lo que pasó, íbamos a ir a tu casa para saludarte y darte una sorpresa a la tarde, pero no vamos a poder — le contó Marti haciéndose la preocupada.

            —A Marti y a mí nos pusieron horas de entrenamiento a la tarde, podemos pasar un ratito a la noche — le dije yo haciéndome la que estaba triste.

             — Y a mí no me dejan porque vinieron mis abuelos de viaje — le dijo Juani, por supuesto mintiéndole.

            Se hizo un silencio y Cata nos dijo:

             — No se preocupen chicas, después organizamos algo.

            Listo, ya estaba el plan en marcha, habíamos reconocido que pensábamos ir, de todas maneras, ella había visto el grupo.

            Al día siguiente era viernes, y nos juntamos en la esquina de la casa de Cata a las cuatro y media de la tarde. Prendimos las velitas y un parlante re fuerte con la canción del cumpleaños y empezamos a caminar hacia su puerta.

            Cata se asomó por la ventana y ¡no podía creerlo!, se puso a llorar y no la podíamos calmar, y ahí nos pusimos a llorar nosotras tres también. Sopló las velitas, su mamá agarró la torta y las cuatro nos abrazamos y ¡seguimos llorando!

            Le vendamos los ojos y la llevamos al quincho, y otra vez a llorar. Jaja. Y bueno, como que somos sensibles, nosotras somos así, tipo que nos emocionamos por las cosas, y las cartas, las fotos y la decoración la emocionaron.

            Nos quedamos toda la tarde juntas y también a dormir. La pasamos super bien, nos divertimos, comimos y nos reímos un montón. Somos unas capas organizando cumples sorpresa, salvo por lo del grupo de WhatsApp. Jaja.

            Sacamos un montón de fotos para Snapchat e hicimos por Instagram trasmisiones en vivo, a las que se sumaron nuestros amigos del cole que ya les habíamos avisado y estaban esperando para saludarla. ¡Fue alta joda! Cata estaba super feliz.

domingo, 17 de marzo de 2019

PERDIDOS


            
AGUAFUERTE, extraído del libro "CALLES LITERARIAS, miradas marplatenses"

Antología del grupo "Al Margen"


        Entran subiendo escaleras creyendo que arriba está la salvación. Anchos escalones con pasamanos dorados y alfombras estampadas son la antesala de un lujo que no existe.

            Un enjambre sin reina los deja sin rumbo y perdidos al azar. No hay seres, no hay vida. Desaparecen para convertirse en zombis. Sus rostros son todos iguales, no tienen expresión.

            No se puede diferenciar entre el que salvó su vida y el que se hunde un poco más. Porque en realidad nadie se salva, todos lastimosamente van perdiendo, perdiéndose.

            La mayoría llega solo y se va más solo aún. Expresiones que no expresan, tal vez desgastadas con años de una vida de dolor. Los bastones son los únicos que acompañan el andar.

            Las luces enceguecedoras no dejan ver, la mente se anula, la ruleta no para de girar, las máquinas no dejan de andar, la gente no para de jugar, no puede parar.

            ¿Qué pasa cuando pasan los años?, ¿Acaso la desesperanza nos lleva a buscar la esperanza donde no la hay? Tal vez la soledad de la adultez los reúne para sentirse acompañados.

            Las mesas chupan y chupan cientos de fichas, el casino siempre gana la partida, queda con las cajas llenas y la mesa vacía de ilusión. Están todos muy solos.

            Y la desolación es aún mayor cuando se van. ¿A dónde?, ¿les quedará algún lugar donde ir, o habrán perdido todo?, ¿les quedará familia que los reciba o habrán huido tratando de salvarse?

            Las mujeres se pierden en las máquinas, los hombres en las cartas, pero se encuentran en el abismo de su soledad. Se reconocen en la perdida que a todos acompaña por igual.

            Juego, ¿Por qué si es un juego nadie se divierte?, ¿es un juego?, ellos no están jugando y para la mayoría es una pesadilla de la que no pueden despertar.

            Señoras pitucas, encorvadas, septuagenarias y hombres mal vestidos con medio siglo de vida. ¿Acaso ellas se juegan su jubilación? ¿Acaso ellos todavía están intentando resolver su porvenir?

            ¿Están mal vestidos porque se jugaron hasta la ropa o tienen tan poco que se apagaron las luces de su camino y buscan la luz en un lugar en el que no la hay?

            Hay un desalmado con la mente fría y perversa que invento todo esto, y nunca más nadie pudo detenerlo, ¿habrá sido satanás? Triste, todo lo que se ve, muy oscuro y triste.

            No he visto en la vida gente más preocupada que la que habita acá. Afuera no puede haber más dolor que acá adentro. Sufren en el silencio y la soledad de la incomprensión.

            Y los que trabajan allí asumieron ese mismo dolor, tampoco expresan, ¿y acaso sienten?, ¿se puede tener un trabajo así sintiendo? Se hundirían en cada pérdida y en cada dolor.

            ¿Los murales de la entrada acaso presagian el destino?, bailarines casi sin ropa tratando de acomodarse al hecho de haber perdido hasta lo puesto.

            Es gente común, la misma que anda en la calle. No imaginamos que en sus ratos ociosos se escapan de incógnito, o tal vez, en medio del trabajo, con la ilusión de hacerse el día.

            ¿Y cuál es el perfil del jugador?, tal vez no lo haya, es uno más, como vos o como yo, pero que transita fuera de la realidad. ¡Y que nadie me diga que van por diversión!, yo los vi.

            Ahí nadie se divierte. Sus caras están tensas, amargadas, tristes, lo están pasando mal, la mirada hacia el suelo, se mueven lentos y apesadumbrados.

            Juegan en dos máquinas al mismo tiempo, golpean con fuerza como si pudiese salir algo más, y las máquinas se los chupan, y succionan sus billetes, los tragan uno tras otro.

            La energía los aplasta, caminan arrastrando los pies y con la cabeza gacha. El que gana disimula, los que pierden están vencidos, pero nadie se va, no abandonan el lugar.

            Todo el tiempo lo mismo, no pasa nada diferente. Como una pasarela hacia la desventura, la gente transita toda la noche. Parecen hormigas no encontrando su hormiguero.

            Se van como descendiendo al infierno por los mismos peldaños que creyeron que los llevaban al paraíso, con los bolsillos vacíos y la esperanza rota. 
           Con la ilusión intacta, esa que los hará volver una vez más, creyendo que solo ha sido una mala racha, y que la suerte de ahora en más estará de su lado.

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sábado, 16 de marzo de 2019

ABUSO LEGALIZADO Y UNA SANACIÓN





          ¿Cómo saber si estás viviendo abuso y maltrato en tu matrimonio? Poder darse cuenta es el primer paso para cambiarlo.
           Este libro es una búsqueda de sanación y superación personal. Relata una historia de abuso y maltrato dentro del matrimonio
          Nos lleva a reflexionar sobre el rol que se juega en una pareja, porque llegamos a ocuparlo y como salir de ahí hacia un sitio de amor por uno y por el otro.
           Una historia dolorosa pero contundente, y más común de lo que creemos. Vamos a reconocernos en algún momento de la misma.
           Vale la pena leerla, tanto como transitar el camino hacia la sanación. No verás las relaciones de la misma manera después de haber pasado por este libro.


miércoles, 13 de marzo de 2019

UNA ESCAPADA DE FIN DE SEMANA





                Verónica, igual que todos los días, tenía una muy estricta rutina para que su negocio pudiese funcionar correctamente. No dejaba ni un cabo suelto, y había estudiado muy bien el terreno. Mantenía su ocupación en absoluta clandestinidad.

            Se levantaba temprano, preparaba su desayuno, se vestía con ropa deportiva y salía a caminar por la costa, con una colita en el cabello, una gorra con visera y anteojos bien grandes. Luego volvía a su casa, y se conectaba a las redes sociales.

            Entraba a diferentes aplicaciones y elegía muy bien antes de poner un me gusta. No estaba para perder el tiempo. Llevaba ya algunos años en los sitios de citas y conocía muy bien los manejos de los hombres.

            Luego realizaba una intensa clase de gimnasia por YouTube, y se preparaba el almuerzo, nada de hidratos de carbono, necesitaba cuidar su figura. Usaba ropa de marca y perfumes caros.

            Almorzaba una ensalada con algo de proteína, ordenaba su cocina y luego salía para la playa a tomar una hora de sol para lograr estar bien bronceada. Su imagen era fundamental.

            Para sus allegados, se dedicaba a correcciones literarias on line. Por eso pasaba largas horas en su casa frente a la computadora y algunas veces trabajaba hasta entrada la noche.

            Leía mucho y se cultivaba intelectualmente, debería estar preparada para cualquier tema de conversación, sus posibles citas podían ser muy variadas y siempre buscaba un target elevado.

            Son las tres de la tarde y su teléfono emite un sonido. Lo prende y el “fueguito” en la pantalla indicaba un nuevo “match”. Ella está recostada en su cama descansado y rápidamente inicia la conversación.

       Después de la charla, Verónica vio un rato de Netflix, ordenó su casa y fue a encontrarse con sus amigas. Luego volvió a bañarse y a producirse.

            Se encontraron en la esquina como habían acordado. Antes que él pudiese darse cuenta, ella ya se había subido al auto. Se observaron y sonrieron.

            Verónica estaba sensual, con un vestido blanco pegado al cuerpo. Maquillaje suave, un perfume envolvente y su pelo largo y rubio cayendo por sus pechos.

            Él, con una camisa clara, algunas canas y una voz encantadora. El auto limpio y perfumado como si fuese el protagonista del encuentro, y muy buena música.

            —No sos la misma de la foto, pero sos muy linda — le dijo él entre sorprendido y desconcertado.

— Prefiero no exponerme en las redes — contestó ella.

            Verónica le sugirió un lugar tranquilo, y allá fueron, a un bar sobre la costa con luz tenue, desde donde se podía ver el mar. Ella eligió la mesa más escondida, la del rincón.

            Él la miraba encantado, la verdad es que estaba muy bonita y era muy seductora. Sonreía todo el tiempo y tenía una voz muy dulce. Siempre sugerente mirándolo a los ojos.

            Le contó que tenía novio en Junín y le preguntó a él si estaba en pareja. Le respondió que sí, pero como su novia se había ido unos días con sus amigas, el aprovechó para despejarse.

            Después de hora y media de charla, en la que ella decidió que valía la pena avanzar, se fueron al departamento de él. Subieron y en el ascensor, se dieron un beso bien caliente.

            Verónica seguía insinuante, pero marcando distancia. Sacó de su cartera dos botellitas de Champagne que abrió mientras él la miraba embelesado.

            Brindaron, tomaron del pico, se rieron, y se besaron en el sillón, estaba siendo una noche perfecta, y lentamente él se quedó dormido.

            Ella tomó el teléfono, abrió Tinder y eliminó la cuenta. Luego guardó las botellas, se puso sus guantes de látex y dejó todo ordenado.

            Comenzó a revisar el departamento, agarró dinero en efectivo, su teléfono, un reloj, un perfume sin abrir, un par de zapatillas, la computadora y las tarjetas de crédito.

            Se cambió poniéndose una calza y zapatillas y se ató el cabello. Luego le tomó la mano y puso la yema de su dedo índice sobre su teléfono y rápidamente hizo algunas compras on line.

            Lo tapó, tomo la llave de abajo para poder salir del edificio y se fue con su bolso. Caminó hasta su auto, que estaba estratégicamente estacionado cerca.

            De ahí se fue a ver a un conocido, el mismo que siempre le compra las notebooks, los teléfonos y esta vez también un buen par de zapatillas y un perfume importado.

            Volvió a su casa. Le hizo un mimo a su gato que maullaba detrás de la puerta, se sacó la peluca rubia y se metió en la ducha. Preparó un té con limón y se metió en la cama.

            Rápidamente armó una nueva cuenta con otro perfil de Facebook. Dio unos cuantos me gusta y se durmió, para poder al día siguiente continuar con su rutina.

            Él nunca dijo la verdad, solo denunció que en la calle le habían robado su bolso con todas sus cosas. Se subió al auto y se volvió a Buenos Aires.

viernes, 8 de marzo de 2019

LA GRAN FINAL - ITALIA 1990



           
           Domingo 8 de julio de 1990. 13 horas. Final del Mundial de Futbol Italia 90´. Emoción, entusiasmo, alegría y nervios invadían el corazón de los argentinos, y nosotras, éramos argentinas. ¡Habíamos llegado a la final! ¡Íbamos a ganar!

            ¿Qué mejor manera de ver ese ansiado partido, el último del mundial, que con la familia? Ahí iban ellas con mucha algarabía a la casa de su padre, para compartir el gran evento. Y luego, ¡a festejar! ¡Todos a la calle con las banderas!

            Sólo quedaban dos horas para que comience el partido. Pero las transmisiones previas brotaban de la pantalla del televisor, y nadie quería perdérselas. Lorena tenía para ese entonces 18 años y Lucía 22.

            Su papá bajó apurado a abrir la puerta del edificio del barrio de Almagro, donde vivía con su familia, no quería perderse ni un minuto de transmisión. Subieron en el ascensor muy alborotados los tres.

            ¿Vinieron a almorzar? — dijo la esposa, mientras limpiaba un pollo en la pileta de la cocina. Sí — contestaron ellas, algo obvio, era la hora del almuerzo, y es lo que habían arreglado con su papá.

            No hay nada para comer — insistió mientras seguía limpiando el pollo. Este pollo que sabía la que se venía, y un día en la heladera de esa casa, había sido suficiente para escuchar todo los que necesitaba saber.

            Las chicas miraban el pollo, que sin quererlo pasó a ser el centro de la escena. ¿Y la final del mundial? ¿no era mas importante que el pollo? ¿Acaso no se enfrentaban Alemania y Argentina?

            Las personas llevan comida cuando van de visita a una casa — insistía la esposa. No somos visita — contestaron ellas, ya cansadas de aguantarla desde hacía ya diez años. — es la casa de nuestro papá.

            El pollo decidió mantenerse al margen, después de todo se lo iban a comer igual, ¿para que tomar partido?, si, partido, ¿y el partido?, se sentía muy importante, era un simple pollo a punto de ser horneado.

            El partido, ese partido, quedaría en la memoria de todos los vivientes para siempre, él estaba muerto, en una hora lo descuartizarían e iba a dejar de existir dentro de los cuerpos de los miembros de esa familia.

            Ellas transitaron esa hora como pudieron, el ambiente estaba muy tenso. Miraban la televisión, hartas ya, con deseos de no estar en ese lugar. ¿Pero dónde si no? No tenían donde ir, ya estaba por empezar el partido, todos habían hecho ya sus planes y ellas querían estar con su papá.

            Se sentaron a la mesa, a ellas les sirvieron sopa. ¿Y el padre? ¿No decía nada? Ella era una “bruja”, ¿y él?, ¿y el pollo? Este tenía mejor vista que los afortunados espectadores que estaban en Italia viendo la final.

            Comenzó a seccionarse y ya podía ver la situación desde múltiples ángulos, uno más nefasto que el otro. Para ese entonces, julio de 1990, esta bella y armoniosa pareja ya tenía tres hijos, de los cuales uno era bebé y no comía pollo.

            ¡El pollo! El mejor espectador de esta final de mundial, seguía observando la situación y calculando en cuantos platos iba a terminar ese memorable mediodía. El clima estaba tenso, nadie hablaba.

            Y mientras tomaban esa sopa, el pollo fue dividido solo en cuatro. Y ella dijo — no alcanza para todos. Él callado, ¿acaso no eran todos sus hijos?, ¿acaso ella no sabía cuando se casó con él que tenía dos hijas?

            Si sabía, pero nunca le importó e hizo todo lo posible para mantenerlas bien lejos. Era mala, y una bruja, como ellas le decían. Empezó a sonar el himno, el pollo había dejado de ser importante, el partido recuperaba su lugar.

            Son unas mal educadas, tendrían que haber traído el postre — insistió la mujer. Lorena se puso de pie, los demás permanecían sentados. Lo que más me duele de todo esto, es que no seas capaz de decir nada — le dijo a su papá por encima del hombro mientras él seguía callado.

            Él estaba inmutable, como si nada estuviera sucediendo. Sos una mala persona — le dijo a ella. Vos sos un cagón — refiriéndose a su padre. Y vos te levantas que nos vamos — le indicó a Lucía, su hermana mayor.

            Lucía se levantó cómo un resorte sin decir una palabra. Su hermana había tenido el valor y la dignidad que a ella le faltaban. Lorena había podido en ese momento, rescatarlas de ese infierno. ¿Pero a dónde irían?

            Nadie dijo más nada, ni el pollo habló. Se subieron al ascensor para hacer el camino inverso que hace dos horas atrás, ahora estaban descendiendo, como si fuera un presagio de la final del mundial.

            No sabemos que pasó después en esa casa, el pollo no pudo contarlo. Las hermanas caminaron por las calles desoladas bajo el sol del invierno. ¿Acaso alguien podía estar deambulando en el horario del partido en una final del mundial?
            Llegaron a ver el segundo tiempo en la casa de un amigo, donde además les dieron de comer, y justo había pollo. Y ese día perdió Argentina la final del mundial, y ese mismo día, perdieron ellas, una vez más a su papá.

lunes, 4 de marzo de 2019

¿POR QUE NO, NO ES NO?


          No es No. Y no lo aceptabas, no registrabas mi límite, no me respetabas, no me escuchabas. ¿Por qué creías que cuando alguien te dice que no, es sí?, ¿Por qué te sentías con derecho a anularme como persona?

            Insistías e insistías tanto, que, con tal de no aguantarte más, muchas veces yo accedía y ese gran no se convertía en un sí. En algunas ocasiones demostrándote mi fastidio, mi rechazo y mi desinterés y en otras no.

            Eras y seguís siendo muy desagradable y yo me sometía a vos una y otra vez, sin poder correrme, con una inmensa desolación que me invadía, desesperanza y una profunda tristeza.

            Mi dignidad había desaparecido, o tal vez no, porque siempre tuve muy claro que tu maltrato era algo que no quería para mí, y sabía que iba a llegar el día de mi liberación, sin sospechar cómo iba a suceder.

             ¿Y tú dignidad, que aceptabas lo que yo te daba sin importarte que no lo sintiera?, ¿sabiendo que no te amaba, que no te admiraba, que te rechazaba, dándote cuenta que no era feliz a tu lado?

            No es no, pero no siempre dije no. El desgaste emocional era mucho, y de a poco me fui convirtiendo en una persona cada vez triste, apagándome como una vela que va perdiendo su luz, agonizando muy lentamente.

            ¿Por qué tenía que justificarme cada vez que te decía no?, me cuestionabas e increpabas, me obligabas a darte explicaciones y ni siquiera te interesaban mis motivos, solo descalificarme y psico patearme.

            Me enojaba y lloraba de impotencia, no me entendías y yo trataba que comprendieras algo que no hay que comprender, solo aceptar y respetar, porque No es No, en el idioma que sea.

            Y así, con tu atropello, con mi dolor, resistí como resiste un preso esperando el día de su liberación, deseando y fantaseando cada día con que desaparecieras de mi vida, con que te disuelvas y que te esfumes para siempre.



Extraído del Libro "ABUSO LEGALIZADO Y UNA SANACIÓN"
https://www.amazon.com/dp/B07PPVTQ48

jueves, 28 de febrero de 2019

LA SOLEDAD



            Un día me di cuenta todo lo que había hecho a lo largo de mi vida para no estar sola, y después de tantos años estaba en el mismo lugar, y peor aún disociada de mi ser, habiendo perdido mi identidad y quedándome sin mi profesión y sin mis amigos en el camino.


                Decidí que tenía que hacer algo con este sentimiento que me torturaba desde mi niñez. Por un lado, tomé la decisión de no negociar más en una relación a cambio de no estar sola. A ver, no me refiero a la negociación de las pequeñas situaciones de lo cotidiano.

            Me refiero a los valores, a la dignidad, a la individualidad. A no estar en un vínculo sin sentirme completamente feliz, a no estar más con alguien con quien no pueda ser yo misma, y a no estar en pareja con una persona a quien yo no amara.

            Por otro lado, una tarde estando en casa, me senté en el jardín a tomar mate, me sentía sola.  Observé el sauce en frente de mí, ese sauce que planté cuando sólo era una ramita y había tenido que sostenerlo con una guía para que no se cayera, la misma guía que necesité yo para seguir adelante.

             La mesa debajo, vacía, invitando a la reunión familiar, pidiendo ser ocupada para no sentir la ausencia de la compañía amorosa de los que ya no estaban, del proyecto roto, de lo que no fue; y el jardín vacío, perfecto y vacío. (Extraño esa casa, en la que crecieron mis hijas).

            Pensé que, si seguía poniendo tanta energía en escapar y rechazar este sentimiento de soledad, cada vez lo alimentaba más. Se acabó — me dije. Literalmente tomé el mate, lo puse al lado mío y le di entidad de soledad. La personifiqué en ese mate, y decidí hacerme amiga, incorporándola deliberadamente a mi vida. 

            Le hablé un rato y le dije que, ya que hacía tanto tiempo que estamos juntas y que como seguramente seguiríamos estándolo, que no iba a luchar más enfrentándome a ella, que la aceptaba y la incorporaba a mi vida, me hice amiga, “me hice amiga de mi soledad”.

            A partir de ahí, dejé de tenerle miedo a la soledad, esa misma que nos acompaña a todos en algún momento de nuestras vidas, y aprendimos a convivir. Establecimos intensos y dolorosos diálogos. Nos reparamos, nos humanizamos.
              Este ritual de sanación que surgió espontáneamente en ese momento de dolor, me sano, me alivió, me reparó, me sacó la soledad de los hombros para hacerla mi compañera. Hasta el día de hoy, cuando me inunda ese sentimiento de soledad, me acuerdo de ese día, y vuelvo a abrazarla.

           Seguimos aprendiendo a convivir en los momentos más oscuros, y aceptarla en mi vida y ser consciente de su existencia, hace que no vuelva a tomar decisiones tapando agujeros, por lo menos el agujero de la soledad…


Extraído del Libro "ABUSO LEGALIZADO Y UNA SANACIÓN"

martes, 26 de febrero de 2019

TINIEBLAS


           Poesía creada por mi abuela Pola en 1931, y un enigmático escrito del lado del reverso, que nos llevan a fantasear una posible o frustrada historia de amor.
            ¿Quién era este hombre?, ¿Qué relación tenían?, ¿Quién escribió primero? Supongo que mi abuela, y al contestarle él, ella se quedó con este papel añejo de casi cien años.
     Relaciones que se mantenían por correspondencia, no había acceso al teléfono ni permiso de los padres para encontrarse con el ser querido. Amores a escondidas, en las tinieblas.

            Hoy decido compartirlo, dándole presencia de esta forma, a las historias de mujeres importantes de mi vida, que ya no están hoy a mi lado.

TINIEBLAS
Te llevo en mí. 
Estás conmigo misma
y no te encuentro

Te pierdes en el vacío
de una noche eterna
que es mi pena.

Voy a tientas en las tinieblas
de mi vida sin amor.

Mi corazón es una urna
que guarda las cenizas
de una pasión.

Vivo en la desesperanza
cruel y absurda
de la que nada espera.

Camino sobre espinas
que me hieren,
pero no las siento.

Solo siento el frio intenso
y no hay calor posible
para mi cuerpo.

Si tu volvieras, reviviría,
tendría lágrimas…
sería mujer…

Que piensas hacer que escribes tan sólo presagios de desventura?
Será posible que esta chica, quiera con esto prepararme a algo que no quiero concebir.
Que afanes alterarán ese cuore?
Extraño, muy extraño...

lunes, 25 de febrero de 2019

NO SIEMPRE PODEMOS PERDONAR

       

   Ella era como cualquier niña joven de 18 años recién cumplidos. Con un pie en la adultez, pero todavía saliendo de la adolescencia. Se sentía frágil y triste. Estaba cursando su último año del colegio secundario, y acababa de ingresar a una nueva escuela.

            Con la ilusión del porvenir y la esperanza puesta en un futuro mejor que su presente y su pasado, necesitaba desesperadamente creer en que todo podía cambiar, la vida de escasez y dolor que llevaba al lado de su familia le era muy pesada y a veces se hacía interminable.

            Las decisiones familiares la habían llevado a vivir en una ciudad que no era la suya y a estar lejos de lo que le daba sentido a la vida, sus amigos, esos que te rescatan de cualquier dolor y sacan lo mejor de uno mismo, produciendo la alquimia necesaria para levantarse cada mañana.

            Tenía un deseo y una ilusión personal, trivial pero no por eso menos importante, esa misma ilusión que tienen muchos jóvenes hoy, que les da pertenencia y los incluye en un sistema nuevo de relaciones, las relaciones que desde su infancia eran todo para ella.

            Hacía varios años estaba ahorrando regalos de cumpleaños para comprarse un buen teléfono celular. Ese al que muchos acceden fácilmente y otros no están ni cerca de alcanzarlo.

            Su madre no estaba de acuerdo. Le decía que con ese dinero podía obtener otro montón de cosas y comprarse un teléfono más barato; que era un riesgo caminar con tanto dinero en la mano, que en esa ciudad no se podía y que era un lujo para los que se manejaban en auto.

            Ella le daba explicaciones técnicas sobre la cámara, la memoria, las aplicaciones, el hecho de que no se tildara, su valor de re venta y el uso que iba a darle en la facultad al año siguiente, cosas que su madre no llegaba a valorar.

            En fin, era su dinero y su decisión y no escuchó a su madre. Tampoco las madres comprenden todo, lo que sí comprendió es lo importante que era para su hija. También recordó el dolor que sentía y seguramente la culpa, por haberla sacado de su ciudad, su escuela, y verla sufrir cotidianamente.

             Así que decidió apoyarla. Consiguió un poco de dinero prestado que le faltaba para llegar al valor del teléfono y juntas, llenas de entusiasmo, fueron a comprar el ansiado celular. Ese que les traería, aunque sea ilusoriamente un poco de felicidad. A una por tenerlo, a la otra por disfrutar de la felicidad de su hija y verla con la misma ilusión que había tenido al encontrar su primer regalo de reyes.

            Compartieron justas ese preciado momento. Lo eligió rosa como ella quería, y le compraron una linda funda. Se volvieron a casa en colectivo, protegiendo y ocultando ese teléfono como si llevaran millones de dólares encima. ¿Por qué había que vivir con tanto miedo? ¿Por qué esa ciudad era tan hostil?

            La verdad es que era un objeto magnético. Te atraía la mirada, tocarlo era algo especial, suave, parecía con vida, y tenía el poder de cautivar. Ella estuvo varios días descubriéndolo y configurándolo a su medida. Era su nuevo amor, y pasaban momentos eternos de intimidad juntos.

            El teléfono quedaba en la casa cada vez que ella salía. La primera semana resultó, pero no se podía tener un teléfono para estar cuidándolo, además era necesario cada vez que salía sola, en realidad para ir y venir del colegio, que era lo único que hacía en esa desagradable ciudad.

            Un mediodía como tantos otros, ella terminó de cursar a las trece horas. Volvía caminando a su casa por un barrio apacible. El sol calentaba agradablemente ese frío de invierno que, siendo septiembre, comenzaba a retirarse. Venía relajada y tranquila, como lo hubiese hecho en la ciudad de la que venía y de la que su ser nunca se había ido.

            Escuchaba música en el celular que al fin era suyo desde hacía dos semanas. Faltando cuatro cuadras para llegar a su casa, una moto con dos hombres se le cruza y ella pensando que querían pasar, los esquiva y sigue para otro lado. Suben a un garaje, señalan para un costado y se van.

            Su inocencia, la de una niña, no le permitió tomar ningún recaudo y siguió caminando, ella todavía no había aprendido a desconfiar de la gente. Caminó una cuadra más y al llegar a la esquina, ya solo a una cuadra y media de su casa, salió la misma moto que estaba escondida y uno de los hombres se bajó y le puso un arma en el estómago.

            Sintió por primera vez el terror, que nunca había experimentado en su vida. Les suplicó, les pidió por favor que no se lo sacaran, pero a ellos nada les importó. Era solo una niña frágil, no podía defenderse, pequeña de contextura y no parecía tener ni dieciocho años.

            Todo parecía un sueño, no podía ser real. Tenía que poder despertarse. Pero no estaba soñando, y se llevaron su teléfono celular. Corrió a su casa llorando y gritando. Su cuerpo se desvanecía y el tiempo parecía eterno. Llegó y abrió la puerta en estado de shock.

            Su madre trabajaba diez horas de noche, por lo que dormía cuando escucho los golpes en la puerta y un grito desgarrador como nunca había oído de parte de alguna de sus hijas. Se levantó de la cama y corrió por las escaleras sintiendo que nunca iba a llegar a abajo.

            Me pusieron un arma en el estómago y me sacaron el celular — le dijo a los gritos y con un llanto desgarrador. Ella la abrazó y la alzó, mientras su hija se desvanecía y se orinaba encima. Había vuelto a ser un bebé, vulnerable e indefenso. Se le aflojaron las piernas y no podía caminar

            Lloró por horas enroscada en la falda de su mamá, temblaba, lloraron juntas. Tanto esfuerzo, tanto dolor, ni siquiera les servía ese teléfono porque no podía desbloquearse. Lloraba, lloraba, perdóname mamá, perdóname, — repetía desconsoladamente y las dos se quebraban cada vez más. ¿Como podía existir ese tipo de gente?

            Llamaron a la policía que vino enseguida, anotaron todas las descripciones de la moto y de estas personas, pero les dijeron que no podían hacer nada. ¡Negros de mierda!, ¡Hay que matarlos a todos!, ¡No sirven para nada!, ¡ciudad de mierda!, ¡tendría que haber pena de muerte!, ¡Lacras!

            La desvistió y la metió en el agua tibia, la bañó y deseó poder tenerla otra vez dentro de su panza, para protegerla y cuidarla de tanta maldad, de tanta hostilidad, de tanta crueldad. Defenderla del dolor, del abuso, de la injusticia. Si hubiese podido en ese momento, los hubiese matado a los dos.

            Eran dos seres insensibles, resentidos, incapaces de sentir empatía y compasión. Que se sienten orgullosos haciéndoles daño a otros. Que no quieren trabajar y se ganan la vida robándoles a los que sí se esfuerzan, día a día, para poder tener algo dignamente.

            La mamá le dio su teléfono viejo para que pueda seguir en contacto con sus amigos. Tardó muchos días en volver al colegio, nunca más volvió a salir sola de su casa en esa ciudad de mierda. Estuvo con ataques de pánico por mucho tiempo cada vez que escuchaba el sonido de una moto. Lloró, lloró y lloró por muchos meses.

            Su madre tuvo que empezar a levantarse para llevar y traer a sus cuatro hijas a todos lados, no iba a permitir que volviese a pasarle algo a alguna de ellas. Prácticamente sin dormir, comenzó a enfermarse y de a poco fue teniendo que faltar a su trabajo por prescripción médica, tanto, que terminaron por despedirla.

            Ella terminó el colegio y se fue para no volver nunca más a esa “ciudad de mierda” llena de “negros de mierda”. Esa ciudad que no le dio nada, salvo dolor. Hoy, ya con veinte años, trabaja y estudia para ser jueza, porque no cree en la justicia, y pudo, con su propio esfuerzo, volver a comprarse su teléfono celular.

domingo, 24 de febrero de 2019

NOSOTRAS Y EL MAR

            Estaba ahí, majestuoso, imponente, magnético, con ese poder que te lleva a entrar en él sin siquiera pensarlo. Sublime. Lo tiene todo, lo da todo, y no hace falta nada más cuando su paz te inunda, cuando su sonido ensordece nuestros pensamientos.

            Un día como cualquier otro, solo lo hicimos, sin más, sin proponérnoslo y sin cuestionárnoslo. Simplemente estábamos ahí, y disfrutando, conversando, sintiendo su frescura, seguimos entrando cuando el suelo bajo nuestros pies comenzó a desaparecer.

            Solo estábamos nosotras y el horizonte, un leve sonido a agua y nuestras voces. La de ninguno más, nadie estaba ahí ni podía estarlo. No teníamos absolutamente nada y los teléfonos que invaden nuestras vidas y ponen distancia tampoco tenían acceso para interrumpir nuestro encuentro.

            Solo nosotras. Entramos dos, luego tres, cuatro, hasta que un día lo hicimos las cinco. Su seducción pudo salvar nuestras distancias, y todas fuimos una. Con adrenalina, nos atrevimos, no a desafiarlo, si no a unirnos a él.

            Nos dejamos llevar y aprendimos a observarlo, a ir a favor de la corriente, a convivir con el miedo y que éste no nos paralice ni nos prive de hacer esto que se convirtió en nuestra rutina y le dio un sentido a su existencia.

            Cada entrada nos generaba más deseo de repetir la experiencia. Todas a la espera de que alguna dijera « ¿vamos?», y nadie lo dudaba, era algo a lo que ninguna podíamos negarnos. Una y otra vez, siempre dispuestas

            Salíamos renovadas, revitalizadas, contentas, relajadas. Nuestro cuerpo comenzó a armonizarse junto con nuestras emociones. Poner los pies en la tierra comenzó a tener una nueva dimensión.

            Solo nosotras y ¿por qué los demás no entraban?, ¿el miedo tal vez? Estaba ahí, disponible, esperándolos. Día tras día, nos veían, pero éramos las únicas privilegiadas. Nos sentíamos gigantes cada vez que salíamos.

            Ahí adentro éramos una, estaba más que claro, pero nunca hizo falta decirlo. Todas pendientes de todas, al unísono, nuestras miradas se cruzaban como bitácora, relajadas, pero cuidándonos, atentas a cada instante.

            Surgieron risas, charlas, confesiones, lágrimas, se generó una complicidad única, y nos contamos cosas que nunca habíamos compartido. Jugamos y nos divertimos. No había edades que nos diferenciaran, solo el valor y el poder de decisión.



            Cada una con su personalidad, complementándonos. Vencimos el miedo y nos llevamos una experiencia que ninguna va a olvidarse. A más de cien metros de la costa estábamos más unidas de lo que nunca habíamos estado.