Domingo 8 de julio de 1990. 13 horas. Final del Mundial de
Futbol Italia 90´. Emoción, entusiasmo, alegría y nervios invadían el corazón
de los argentinos, y nosotras, éramos argentinas. ¡Habíamos llegado a la final!
¡Íbamos a ganar!
¿Qué mejor
manera de ver ese ansiado partido, el último del mundial, que con la familia?
Ahí iban ellas con mucha algarabía a la casa de su padre, para compartir el
gran evento. Y luego, ¡a festejar! ¡Todos a la calle con las banderas!
Sólo
quedaban dos horas para que comience el partido. Pero las transmisiones previas
brotaban de la pantalla del televisor, y nadie quería perdérselas. Lorena tenía
para ese entonces 18 años y Lucía 22.
Su papá bajó
apurado a abrir la puerta del edificio del barrio de Almagro, donde vivía con
su familia, no quería perderse ni un minuto de transmisión. Subieron en el
ascensor muy alborotados los tres.
¿Vinieron a
almorzar? — dijo la esposa, mientras limpiaba un pollo en la pileta de la
cocina. Sí — contestaron ellas, algo obvio, era la hora del almuerzo, y es lo
que habían arreglado con su papá.
No hay nada
para comer — insistió mientras seguía limpiando el pollo. Este pollo que sabía
la que se venía, y un día en la heladera de esa casa, había sido suficiente
para escuchar todo los que necesitaba saber.
Las chicas
miraban el pollo, que sin quererlo pasó a ser el centro de la escena. ¿Y la
final del mundial? ¿no era mas importante que el pollo? ¿Acaso no se
enfrentaban Alemania y Argentina?
Las personas
llevan comida cuando van de visita a una casa — insistía la esposa. No somos
visita — contestaron ellas, ya cansadas de aguantarla desde hacía ya diez años.
— es la casa de nuestro papá.
El pollo
decidió mantenerse al margen, después de todo se lo iban a comer igual, ¿para
que tomar partido?, si, partido, ¿y el partido?, se sentía muy importante, era
un simple pollo a punto de ser horneado.
El partido,
ese partido, quedaría en la memoria de todos los vivientes para siempre, él
estaba muerto, en una hora lo descuartizarían e iba a dejar de existir dentro
de los cuerpos de los miembros de esa familia.
Ellas
transitaron esa hora como pudieron, el ambiente estaba muy tenso. Miraban la
televisión, hartas ya, con deseos de no estar en ese lugar. ¿Pero dónde si no?
No tenían donde ir, ya estaba por empezar el partido, todos habían hecho ya sus
planes y ellas querían estar con su papá.
Se sentaron
a la mesa, a ellas les sirvieron sopa. ¿Y el padre? ¿No decía nada? Ella era
una “bruja”, ¿y él?, ¿y el pollo? Este tenía mejor vista que los afortunados
espectadores que estaban en Italia viendo la final.
Comenzó a seccionarse
y ya podía ver la situación desde múltiples ángulos, uno más nefasto que el
otro. Para ese entonces, julio de 1990, esta bella y armoniosa pareja ya tenía
tres hijos, de los cuales uno era bebé y no comía pollo.
¡El pollo! El
mejor espectador de esta final de mundial, seguía observando la situación y
calculando en cuantos platos iba a terminar ese memorable mediodía. El clima
estaba tenso, nadie hablaba.
Y mientras
tomaban esa sopa, el pollo fue dividido solo en cuatro. Y ella dijo — no
alcanza para todos. Él callado, ¿acaso no eran todos sus hijos?, ¿acaso ella no
sabía cuando se casó con él que tenía dos hijas?
Si sabía,
pero nunca le importó e hizo todo lo posible para mantenerlas bien lejos. Era
mala, y una bruja, como ellas le decían. Empezó a sonar el himno, el pollo
había dejado de ser importante, el partido recuperaba su lugar.
Son unas mal
educadas, tendrían que haber traído el postre — insistió la mujer. Lorena se
puso de pie, los demás permanecían sentados. Lo que más me duele de todo esto,
es que no seas capaz de decir nada — le dijo a su papá por encima del hombro mientras
él seguía callado.
Él estaba
inmutable, como si nada estuviera sucediendo. Sos una mala persona — le dijo a
ella. Vos sos un cagón — refiriéndose a su padre. Y vos te levantas que nos
vamos — le indicó a Lucía, su hermana mayor.
Lucía se
levantó cómo un resorte sin decir una palabra. Su hermana había tenido el valor
y la dignidad que a ella le faltaban. Lorena había podido en ese momento,
rescatarlas de ese infierno. ¿Pero a dónde irían?
Nadie dijo
más nada, ni el pollo habló. Se subieron al ascensor para hacer el camino
inverso que hace dos horas atrás, ahora estaban descendiendo, como si fuera un
presagio de la final del mundial.
No sabemos
que pasó después en esa casa, el pollo no pudo contarlo. Las hermanas caminaron
por las calles desoladas bajo el sol del invierno. ¿Acaso alguien podía estar
deambulando en el horario del partido en una final del mundial?
Llegaron
a ver el segundo tiempo en la casa de un amigo, donde además les dieron de
comer, y justo había pollo. Y ese día perdió Argentina la final del mundial, y
ese mismo día, perdieron ellas, una vez más a su papá.
¡Cómo olvidar ese partido!
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