domingo, 24 de febrero de 2019

NOSOTRAS Y EL MAR

            Estaba ahí, majestuoso, imponente, magnético, con ese poder que te lleva a entrar en él sin siquiera pensarlo. Sublime. Lo tiene todo, lo da todo, y no hace falta nada más cuando su paz te inunda, cuando su sonido ensordece nuestros pensamientos.

            Un día como cualquier otro, solo lo hicimos, sin más, sin proponérnoslo y sin cuestionárnoslo. Simplemente estábamos ahí, y disfrutando, conversando, sintiendo su frescura, seguimos entrando cuando el suelo bajo nuestros pies comenzó a desaparecer.

            Solo estábamos nosotras y el horizonte, un leve sonido a agua y nuestras voces. La de ninguno más, nadie estaba ahí ni podía estarlo. No teníamos absolutamente nada y los teléfonos que invaden nuestras vidas y ponen distancia tampoco tenían acceso para interrumpir nuestro encuentro.

            Solo nosotras. Entramos dos, luego tres, cuatro, hasta que un día lo hicimos las cinco. Su seducción pudo salvar nuestras distancias, y todas fuimos una. Con adrenalina, nos atrevimos, no a desafiarlo, si no a unirnos a él.

            Nos dejamos llevar y aprendimos a observarlo, a ir a favor de la corriente, a convivir con el miedo y que éste no nos paralice ni nos prive de hacer esto que se convirtió en nuestra rutina y le dio un sentido a su existencia.

            Cada entrada nos generaba más deseo de repetir la experiencia. Todas a la espera de que alguna dijera « ¿vamos?», y nadie lo dudaba, era algo a lo que ninguna podíamos negarnos. Una y otra vez, siempre dispuestas

            Salíamos renovadas, revitalizadas, contentas, relajadas. Nuestro cuerpo comenzó a armonizarse junto con nuestras emociones. Poner los pies en la tierra comenzó a tener una nueva dimensión.

            Solo nosotras y ¿por qué los demás no entraban?, ¿el miedo tal vez? Estaba ahí, disponible, esperándolos. Día tras día, nos veían, pero éramos las únicas privilegiadas. Nos sentíamos gigantes cada vez que salíamos.

            Ahí adentro éramos una, estaba más que claro, pero nunca hizo falta decirlo. Todas pendientes de todas, al unísono, nuestras miradas se cruzaban como bitácora, relajadas, pero cuidándonos, atentas a cada instante.

            Surgieron risas, charlas, confesiones, lágrimas, se generó una complicidad única, y nos contamos cosas que nunca habíamos compartido. Jugamos y nos divertimos. No había edades que nos diferenciaran, solo el valor y el poder de decisión.



            Cada una con su personalidad, complementándonos. Vencimos el miedo y nos llevamos una experiencia que ninguna va a olvidarse. A más de cien metros de la costa estábamos más unidas de lo que nunca habíamos estado.

No hay comentarios:

Publicar un comentario