Estaba ahí,
majestuoso, imponente, magnético, con ese poder que te lleva a entrar en él sin
siquiera pensarlo. Sublime. Lo tiene todo, lo da todo, y no hace falta nada más
cuando su paz te inunda, cuando su sonido ensordece nuestros pensamientos.
Un día como
cualquier otro, solo lo hicimos, sin más, sin proponérnoslo y sin
cuestionárnoslo. Simplemente estábamos ahí, y disfrutando, conversando,
sintiendo su frescura, seguimos entrando cuando el suelo bajo nuestros pies
comenzó a desaparecer.
Solo
estábamos nosotras y el horizonte, un leve sonido a agua y nuestras voces. La
de ninguno más, nadie estaba ahí ni podía estarlo. No teníamos absolutamente
nada y los teléfonos que invaden nuestras vidas y ponen distancia tampoco tenían
acceso para interrumpir nuestro encuentro.
Solo
nosotras. Entramos dos, luego tres, cuatro, hasta que un día lo hicimos las
cinco. Su seducción pudo salvar nuestras distancias, y todas fuimos una. Con
adrenalina, nos atrevimos, no a desafiarlo, si no a unirnos a él.
Nos dejamos
llevar y aprendimos a observarlo, a ir a favor de la corriente, a convivir con
el miedo y que éste no nos paralice ni nos prive de hacer esto que se convirtió
en nuestra rutina y le dio un sentido a su existencia.
Cada entrada
nos generaba más deseo de repetir la experiencia. Todas a la espera de que
alguna dijera « ¿vamos?», y
nadie lo dudaba, era algo a lo que ninguna podíamos negarnos. Una y otra vez,
siempre dispuestas
Salíamos
renovadas, revitalizadas, contentas, relajadas. Nuestro cuerpo comenzó a armonizarse
junto con nuestras emociones. Poner los pies en la tierra comenzó a tener una
nueva dimensión.
Solo
nosotras y ¿por qué los demás no entraban?, ¿el miedo tal vez? Estaba ahí,
disponible, esperándolos. Día tras día, nos veían, pero éramos las únicas
privilegiadas. Nos sentíamos gigantes cada vez que salíamos.
Ahí adentro éramos
una, estaba más que claro, pero nunca hizo falta decirlo. Todas pendientes de
todas, al unísono, nuestras miradas se cruzaban como bitácora, relajadas, pero
cuidándonos, atentas a cada instante.
Surgieron risas, charlas,
confesiones, lágrimas, se generó una complicidad
única, y nos contamos cosas que nunca habíamos compartido. Jugamos y nos
divertimos. No había edades que nos diferenciaran, solo el valor y el poder de
decisión.
Cada una con su personalidad, complementándonos. Vencimos el miedo y nos llevamos una experiencia que ninguna va a olvidarse. A más de cien metros de la costa estábamos más unidas de lo que nunca habíamos estado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario